Hoy que mi hijo cumple la friolera de catorce meses, he decidido que le apuntaremos a clases de arte dramático. ¡Porque como teatrero no tiene precio!No os lo toméis a broma porque, primero, os pasará, no os creáis invulnerables ante estas criaturas diminutas y, segundo, lo sufriréis.
“Mira, ¡qué gracioso el niño!, hay veces que hace que llora y hasta se echa las manos a la cara como si estuviera desconsolado”.
Es verdad que, como choca, la primera vez que se lo ves hacer, te ríes. Observar cómo un monicaco llora sin lágrima, abriendo mucho la boca, berreando (pero moviendo la cabeza en busca de su objetivo, que somos nosotros, pero también de cualquier distracción que le tenga ocupado pero siempre sin dejar de berrear) y se lleva las manos a los ojos, se los tapa, se los frota como si las “lágrimas” le impidiesen seguir con su vida normal y se viese en la obligación de aliviarse, hay que reconocerlo, es gracioso por novedoso y por lo que suponed e ingenio por su parte.
También lo es que se eche al suelo, que haga que se da con las baldosas (o que se dé ligeramente) y que enseguida se levante y se ponga la mano en la frente con gesto compungido como indicando el daño que se ha hecho.
O que cuando tire algo al suelo, con el estruendo que se prepara, y ante la charla de cualquiera de nosotros dos o de los dos, si cabe, el tío intente disimular señalando cualquier cosa siempre que se encuentra en el lado opuesto de la escena del delito.
Todo esto es gracioso hasta que lo hace tantas veces buscando su propio provecho que hay que ponerle límites. No deja de ser un problema menor, es verdad, y más llevadero que otros, pero no hay que dejarse engatusar por estas artimañas.
Quien diga que un niño desde el año de edad (desde entonces le venimos observando estos comportamientos) no tiene la picardía suficiente para echarnos un pulso creo sinceramente que no tiene hijos.Como suelo decir, tienen toda la vida para observarnos; no hacen más que observarnos. Y como son esponjas, cada detalle que ven en nosotros, lo archivan. Como saben que ante los llantos solemos reaccionar en su beneficio, lo utilizan.
Como mi hijo sabe que nuestra cara se cambia a una preocupada cuando le oímos toser más de la cuenta, él, de vez en cuando, para llamar la atención, se inventa un par de toses.
Nada es casual. Todo lo acaban haciendo por algo. Por probar nuestros límites, por conseguir algo inmediato (un objeto, por ejemplo) o no tan inmediato (sentir que tienen control sobre el mundo que les rodea), vete tú a saber. Pero si os confiáis, estáis perdidos…
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