Pensando sobre el aprendizaje de los niños, he pensado en una película que se titula “Memento” que habla de un hombre que tiene una enfermedad que le hace olvidar todo lo que le va pasando, desde lo más lejano en el tiempo hasta lo más próximo. Sólo cuenta con unos segundos para darse cuenta de lo que le acontece. Tanto se le olvidaban las cosas que acababa por tatuarse lo que cree importante en cada momento para que esos tatuajes le sirvan de recuerdo.
Me acuerdo bastante de esta película cada vez que veo a mi hijo repitiendo una y otra vez y otra y otra y otra… cada cosa que se le ocurre hacer. Ya sea abrir y cerrar un cajón, un armario; tapar o destapar el biberón; poner y quitar una pieza de un juego; o esconderse siempre en el mismo sitio y aparecer de repente, CADA VEZ, como si fuera la primera para “sorprendernos”.
El caso es que da la sensación de que no consigue acordarse de lo que va haciendo (como en la película) y como es muy joven para tatuarse, emplea otro método, la repetición.
Hasta la saciedad. Doy fe.
Puede ser cansino, a veces, sobre todo cuando te requiere, como buen tutor del pequeño que eres, que seas su ayuda, su báculo… o su sostén, que es lo que más cuesta porque cuando quiere hacer algo que te “obliga” a tenerle en brazos y ya pasa de los diez kilitos, uno se resiente, es inevitable.
Pero no es ésta la conclusión que yo quiero sacar de todo esto.
La conclusión es que los niños no hacen más que enseñarnos el camino. Y si ellos, por propia naturaleza, repiten, repiten y vuelven a repetir para que las experiencias se graben en su cerebro casi sin estrenar, nosotros debemos hacer lo mismo.
Es obligación de nosotros, los padres, que no paremos de repetir las cosas que queramos incorporen en su aprendizaje. Es la forma, sin duda.
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