Con los ojos como platos me he quedado después de leer una noticia de una madre que, en Asturias, ha padecido maltrato en su parto, tanto físico como psíquico, con el agravante de practicar una cesárea sin anestesia, tal cual, a lo vivo, como si fuera un animal o viviéramos en el S.XV.
Desde un jueves en que María Alcober, la madre, rompe aguas, se producen una serie de intervenciones como administración de un fármaco vaginal para provocar el parto, epidural sin llevarla al quirófano cuando ya tenía fiebre e incluso tranquilizantes. Cuando la madrugada del sábado y después de 32 horas la llevan corriendo al quirófano para practicarle una cesárea. “O corto o su hijo se muere” le dice el médico.
Cualquier madre haría lo increíble por salvar la vida de su hijo, incluso que la corten a lo vivo para practicar la cesárea.
Así que María, que debía estar ya hecha polvo de cansancio, pierde el conocimiento después de sentir los cortes y cómo, literalmente, le sacan al bebé del vientre.
Este caso es una muestra de cómo el intervencionismo complica un parto y encima tampoco es atendida debidamente. Me da la sensación de que, además de estar deshumanizados, los partos se toman muy a la ligera y a las mujeres a veces se nos trata como si fuésemos idiotas, niñas o simplemente animales.
El padre, Cristian Popa y María, presentarán una reclamación pero dudo yo que el daño moral y emocional de esa madre lo pueda compensar nada ni nadie. El bebé tuvo que pasar dos semanas en incubadora y los padres aún sufren por si a largo plazo surge alguna complicación debida a la falta de oxígeno que le provocó el cordón que le rodeaba el cuello y, en general, el sufrimiento fetal que padeció en el parto.
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