La pregunta de cuándo empezar a enseñarle a nadar nos ha surgido la mar de pronto, apenas un mes después de que nuestro niño, con casi quince meses de edad, ha sabido lo que es una piscina. Y sus padres hemos aprendido lo que le gusta y el poco miedo que le tiene.
Mi suegra no sugirió el otro día que le apuntáramos a clases de natación, que conocían una profesora particular que había enseñado a la hija de su sobrina desde bien pequeña.
Nosotros aún le vemos muy pequeño para que aprenda nociones de natación y a la vista de lo que dicen los expertos (la Asociación Estadounidense de Pediatría, por ejemplo), aunque se le puede familiarizar con el entorno acuático desde que tiene pocos meses, sólo cuando llegan al año pueden hacer movimientos básicos tipo “perrito” pero la verdadera coordinación de movimientos de piernas y brazos para conformar los estilos no se alcanza hasta los cuatro años, más o menos.
En primer lugar, no hay que olvidar nunca la seguridad en el agua. Jamás hay que dejar sin atención a un pequeño, por muy bien que se maneje.
Dicho esto, es muy interesante lo que se llama la matronatación, que es la práctica de la natación por parte de un bebé con su madre o su padre).
Con ella el niño adquirirá, sino destreza en los desplazamientos en el agua, sí cierta adaptación a un medio distinto del que está acostumbrado. Gana también en desarrollo muscular porque, os lo aseguro, no parará de moverse. Favorece el fortalecimiento de corazón y pulmones.
Eso en cuanto a beneficios puramente físicos pero también hay beneficios cognitivos y afectivos porque, por supuesto, refuerza la relación con los padres, que le muestran su apoyo constante y evitan en todo momento que se sientan inseguros en un medio ajeno al suyo. Esa ganancia de seguridad es otro beneficio. Además, los niños cuándo se mueven bien en el medio acuático, además del habitual, suelen ser más observadores y creativos.
Así que, parece que todo son ventajas…..
Bueno, quizás esté el inconveniente de que, como padres, hay que estar ojo avizor TODO el tiempo porque el peligro ronda siempre. Especialmente si, como ocurre con nuestro hijo, el pequeño se tiraría de cabeza sin pensarlo a cualquier recipiente donde vea agua, sin importar el tamaño, la temperatura del agua o si hay tiburones.
¡¡¡No quiero ni pensar lo que va a ser de nosotros cuando vea el mar!!!
Ya queda menos…
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