Todavía tengo el nudo en la garganta de pensar en la niña de la foto sobre la silueta de su madre.
Con mi hijo de casi 10 meses pegado a mí en la mochila portabebé mientras escribo estas líneas, pienso en lo afortunado que es, él y su hermana, de poder disfrutarme a jornada completa de lunes a domingo.
Esta niña ha perdido a su madre en una guerra y desde el orfanato la echa tanto de menos que la dibuja en el suelo y se duerme sobre ella.
Sin palabras, se titula el artículo. Pues sí, sin palabras porque del nudo que se me ha hecho en la garganta sólo puedo escribirlas.
Pero sin palabras no nos deberíamos quedar ni tú ni yo, ni la mayoría de personas que lean esta entrada. Sin palabras deberían quedarse los responsables de las guerras, de las muertes de esas madres en países pobres como Brasil, donde el tráfico de drogas hace estragos y el día a día se lleva a muchas de ellas dejando huérfanos a muchos niños.
Sin palabras deberían quedarse los políticos, por no encontrar un hogar de acogida que pueda darle el amor que están pidiendo esos niños y que seguro hay otras madres que están deseando ofrecer.
Sin palabras deberían quedarse los responsables de las políticas sociales que deberían hacer lo imposible para que los orfanatos estuvieran vacíos y ninguna niña tuviera que dibujar a su madre en el suelo.
Sin palabras los que no deberíamos quedarnos somos nosotros, la población entera, que deberíamos entonar un BASTA YA a todas estas barbaridades y crueldades.
Y sin palabra ninguna deberíamos dejar al Gobierno, a los responsables de todos los países, mostrando nuestra disconformidad con su mala gestión en todos los aspectos por ejemplo en la calle, manifestándonos. Manifestarse no es cosa de unos cuantos hippies, ni de unos cuantos “pies sucios” (como llaman algunos) o jóvenes inconformes señores, es cosa de todos, porque todos, en definitiva somos lo mismo, somos uno.
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