Durante esta etapa el embarazo se hace más pesado, specialmente para la futura mamá pero también para el padre. La impaciencia va ganando terreno y los nervios están más a flor de piel que nunca. ¡Cuánto daríamos por saber la fecha exacta, por tenerle ya en nuestros brazos! El caso es que puede ser en cualquier momento (de hecho, ya lleva unas semanas siendo “viable” y podría haber nacido desde entonces) pero parece que el momento no acaba de llegar.
Como decimos, físicamente se hace pesado para la madre porque el bebé ya tiene un tamaño considerable, tiende a estar ya posicionado en el cuello del útero (¡preparados, listos, YA!) y entre las dimensiones del “pequeño” y que el útero ha crecido hasta convertirse en un súper-útero mil veces mayor que el inicial, las complicaciones respiratorias de la sufrida mamá son más que lógicas.
En estas semanas de el embarazo es posible coger algún kilo de más por lo que la prudencia debe ser nuestra compañera de viaje. Debido al peso y a la retención de líquidos, los tobillos se suelen hinchar, no hay que preocuparse más de la cuenta.
En la semana treinta y siete es normal que os manden una ecografía. En ella se comprueba cómo está posicionado el niño (debería estar ya “enfocado” al canal del parto hecho que, por otro lado, favorece una mayor afluencia al baño al encontrarse la vejiga más presionada) y se puede pensar en un parto natural o por cesárea.
Al final de la semana treinta y ocho, el bebé puede medir en torno al medio metro (¡medio metro ya, casi nada!) y pesar entre dos kilos setecientos y tres kilos. Como el desarrollo del pequeño ya está cercano al cien por cien, el hecho final del parto puede ocurrir en cualquier momento. Serán sus diminutos pulmones los que, si han alcanzado la madurez necesaria, produzcan una proteína que pasará al líquido amniótico y será el pistoletazo de salida para que comience el fantástico espectáculo del nacimiento.
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