Ayer me decía mi hermana que lo pensara bien, que las decisiones una vez tomadas, ya no hay marcha atrás. Se refería al destete del príncipe de la casa, que ha decidido que no quiere dejar todavía el pecho, y, aunque a mí en ocasiones se me empiece a hacer pesado, también hay otras en las que sigo disfrutando.
Alguno de los momentos mágicos del día es cuando decidimos tumbarnos en la cama para hacer la siesta. A él le entra una preciosa risa, de esas que detienen la mente y el mundo entero, que yo siento como un regalo de vida mientras se me cae la baba mirando sus enormes ojos brillantes.
Hay decisiones en cuanto a la maternidad se refiere, para las que no hay marcha atrás, por lo menos con ese o esa bebé/peque.
Si optaste por un parto natural (fuera o no posible), si decidiste abogar por la lactancia materna, si estudiaste la posibilidad de llevarlo a guardería con ciertos meses…todas esas decisiones seguro que en algún momento posteriori serán cuestionadas incluso por ti misma, porque la maternidad conlleva también dudas y cierto sentimiento de culpabilidad a veces, que parece heredado en nuestro género como una losa que no nos quiere permitir disfrutar plenamente de nuestra etapa como mamás.
Debemos aprender a ser honestas con nosotras mismas y pensar que si en un momento determinado tomamos esa decisión, fue porque creíamos que era la correcta, sin emitir juicios de valores a posteriori que lo que pueden hacer es daño porque…¿De qué sirve? De nada. Es inútil, como bien dice el libro de Maria Jesús Alava Reyes.
Las decisiones que tomemos en relación a nuestro cuerpo y/o maternidad eso sí, debemos tomarlas escuchándonos a nosotras mismas, sin tener en cuenta las opiniones de terceras personas, salvando la del otro progenitor.
Os dejo con un fragmento de una entrevista a la autora del libro que os he comentado anteriormente “La inutilidad del sufrimiento” para todas aquellas mamás que creen que deberían hacer más de lo que hacen:
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