Me lo había dicho la mujer de mi primo muchas veces: “cuando seas madre querrás a tu madre más de lo que la quieres ahora”. Y yo pensaba que era imposible. La quería tanto…
Pues qué razón tenía. Según pasaban los días de mi embarazo fui notando el cambio. Poco a poco me iba dando cuenta de que el amor que yo sentía en ese momento por la hormiguita que estaba creciendo en mi barriguita, era igual de inmenso que el que en su día sintió mi madre al llevarme a mí en su vientre, amor que aún me demuestra día a día.
Durante el embarazo, en ese momento tan importante de mi vida, nuevo para mí, se preocupó por mi alimentación, me acompañó al médico, juntas preparamos la canastilla y lavamos y planchamos toda la ropita para mi bebé, ¡con que ilusión!
Pero cuando de verdad he valorado el amor de mi madre ha sido después de dar a luz. No se ha separado de mí ni un momento. Me ha apoyado, ayudado, escuchado, soportado, ha llorado conmigo, reído conmigo y compartido conmigo cada instante de mi maternidad. Siento que ella me entiende como nadie. Y lo mejor de todo es que gracias a ella he podido y puedo dedicarme a mi hija en cada instante del día.